MALAYERBA... blog errático, por demás

El olor de la guayaba
 
El olor de la guayaba

Este año, sobre todo después de mayo y no durante, ha llovido mucho. Por tanto, la mata de guayabas silvestres que tengo en mi ventana ha parido bastante. Cuando llueve por las tardes, luego durante la noche y la madrugada, escucho el estrepitoso caer de las guayabas contra el suelo. Al día siguiente, si salgo al patio, me encuentro con una alfombra amarilla que se tiende sobre la tierra, alrededor de la mata. Hay que tener mucho cuidado al caminar porque irremediablemente terminas pisándolas. Unos años atrás yo solía subirme al techo por medio de la mata y recoger tantas guayabas como fuera posible. Luego hacíamos jugo y mermelada. Ya no soy capaz de trepar y me veo precisada a pedirle ayuda a los niños que frecuentan la casa procurando a mi hermanito. Hoy hice tal cosa y la cosecha se la llevé a Doña Alba, la vecina de al frente. Una señora adventista cuyo marido es un borracho. Ella trata de vivir tranquilamente en su casa rectangular, larga, larga, rodeada de árboles. En la noche me había llamado para decirme que había hecho una malarabia. A pesar de que vive en frente, hacía mucho que no hablábamos. De inmediato recordé los veranos de mi infancia, cuando iba a su casa, ella nos predicaba (casi nos convence, a mi y mi vecinita), cuando le pedimos que nos hiciera una muñeca de trapo (que todavía conservo por ahí, en alguna caja), el día en que hicimos la malarabia, o cuando jugábamos con su nieto, yo llevando una faldita verde, que a la vuelta más brusca revelaba mi ropa interior. Yo, malcriada y rebelde. Eran buenos tiempos aquellos, ajena a las preocupaciones. Al entrar en su casa y ver las baldosas del piso, todas distintas, negras, blancas, amarillas, cenefas de colores, cuadros, rombos, tuve todas esas imágenes claramente. Mientras contestaba mi pregunta de cómo se preparaba el dulce de malarabia, nos devoraban los mosquitos.

Ese dulce no tiene ciencia -dijo. Cortas las guayabas en 2 o 4 pedazos, le sacas las semillas y las pones en agua y azúcar a hacerse almíbar. Echas la batata picada junto a las guayabas. Casi al final agregas los plátanos bien maduritos, picados y lo dejas todo cocer. Y adivina qué hice con las semillas? Un jugo, ya está helado.

Abre la nevera, con mucho cuidado porque la puerta está rota, y me ofrece un vaso.

Ah, claro, -contesto yo- la guayaba no tiene desperdicio.

  
 
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