Durante mucho tiempo mi sueño fue viajar a ese París de los artistas que leía en los libros y de que me hablaba mi madre. Luego, por diferentes razones, ese destino cambió y Praga se convirtió en la ciudad de mi sueño. La culpa fue de los libros de Milán Kundera, que me hizo enamorarme de esa Praga en guerra, de esa Praga socialista, de esa ciudad que fotografiaba Teresa y de cuyas descripciones ya no recuerdo nada, salvo el deseo de visitarla.

Luego vi en el programa Lonely Planet que uno de los viajeros visitó Praga, y era tan hermosa. La gente, sumamente odiosa. Te parabas en una esquina a preguntar la hora y podrían pasar horas antes de que alguien se dignara en mirarte siquiera.

Antes de morirme tengo que visitar Praga, la vida tiene que regalarme eso.